“Tras una voz y una mirada propias”: Alberto Ruy Sánchez y Margarita de Orellana

En esta entrevista Adriana Malvido nos presenta el espacio íntimo en que se fraguó la célebre revista Artes de México, el proyecto vital de Alberto Ruy Sánchez y Margarita de Orellana.

Texto de & 27/11/23

En esta entrevista Adriana Malvido nos presenta el espacio íntimo en que se fraguó la célebre revista Artes de México, el proyecto vital de Alberto Ruy Sánchez y Margarita de Orellana.

Tiempo de lectura: 13 minutos

Margarita de Orellana y Alberto Ruy Sánchez llevan 50 años de vida juntos y 35 al frente de Artes de México. Mucho más que una bella revista, se trata de un proyecto único y vital, una apuesta por la diversidad cultural de este país y una expedición profunda al universo de sus expresiones para entender quiénes somos y de dónde venimos. Pero, sobre todo, es una apuesta por una dimensión estética de la vida. El lunes 27 de noviembre esta pareja recibirá el Homenaje al Mérito Editorial que otorga la FIL de Guadalajara. Y apenas hace unos días, De Orellana recibió el Premio Juan Pablos 2023 que otorga la Cámara Nacional de la Industria Editorial.

El siguiente texto integra fragmentos de la entrevista que les hizo Adriana Malvido para su libro Intimidades, más allá del amor. Encuentros con parejas del arte y la cultura de México, con fotografías de Christa Cowrie (Paralelo 21, 2022)

Vértigo del tiempo y clavado al eros

Alberto observa a Margarita y la entrevista con esta pareja inicia con el tema del paso del tiempo:

“Entre muchas cosas, compartimos las arrugas. Es algo con lo que uno va viviendo. Y van creciendo con nosotros. Pero las arrugas no tienen que ver con la edad, tienen que ver, por ejemplo, en el caso de Magui, con la risa.”

[…]

“Hay una cualidad de la vida amorosa que puede ser engañosa o no. A mí no me importa, puede ser una droga. Puedes ser la droga del sexo, pero por lo menos cuando yo estoy con ella y cuando estamos haciendo el amor, a mí me parece la mujer más maravillosa del mundo. Qué me importa si me engaña o no, no es importante, esa es una verdad y en eso no deja de haber conciencia de que uno va envejeciendo o de que la edad va avanzando. Y hay una belleza en eso. En compartir esa sensación.”

Margarita interviene: “Ese envejecer juntos implica también una especie de vértigo, o sea, el tiempo va pasando tan rápido y no sabes cómo detenerlo. Yo soy un poco más pesimista que Alberto, él ve las cosas muy bonitas, yo no tanto y claro, soy un poco más catastrófica. Son caracteres distintos”. Reitera: “A mí sí me da miedo el vértigo del tiempo”.

Alberto se ríe. Y es que “cuando yo la conocí acababa de cumplir veinte años y le entró una crisis de llanto, porque ya se sentía vieja. Yo tenía diecinueve y me parecía hasta gracioso”.

Fotografía: Christa Cowrie

Piernas largas

Entre 1969 y 1970: Una joven de piernas largas, que se dejan ver en la ranura de una falda que le llega hasta los pies, pero abierta de la rodilla para abajo, hace fila en el departamento de inscripciones de la Universidad Iberoamericana. Quiere protestar porque en la carrera de Comunicación admiten un treinta por ciento del cupo total a mujeres y un setenta, a hombres. Es la segunda vuelta y ella sabe que tiene mejores calificaciones que los varones admitidos. Piensa que debe redactar una carta muy convincente al director de la carrera. Y advertirle que si no la dejan entrar, va a terminar de secretaria en una oficina de gobierno con su sándwich. Sí, ha de escribirle una carta para lograr la inscripción y exponerle que le parece muy injusto que según él la cuota para mujeres es menor “porque luego se casan”.

Unos lugares atrás de ella, un joven hace la misma fila. Él reprobó Cálculo diferencial e integral porque escribió un cuento que describía al maestro. Debe la materia, pero quiere inscribirse a título de suficiencia y por eso busca hablar con el director de la carrera. De pronto mira las piernas de esa muchacha y se le acerca para conversar.

Platican, se hacen amigos inmediatamente, hablan de lecturas y de libros. Ella se impresiona de lo mucho que él sabe y sospecha que se trata de un escritor. Minutos después le pide: “¿Me podrías hacer la carta?”.

[…]

Después de dos años, una tarde la relación cambió.

Ella lo invita a estudiar juntos y le propone ir a comer. Ya no recuerdan en qué calle de San Ángel empezó todo, pero fue tan intenso dicen, que cuando llegaron al examen todos lo notaron. Estaban empapados. “Iluminados”, dice Magui que le comentaron.

Se hicieron novios en 1973, en 1975 se fueron a vivir juntos, y ocho años después se casaron en Francia. Alberto asegura que si han seguido todo este tiempo es porque “nuestras patologías son compatibles y hemos tenido la suerte de desarrollarlas juntos”.

Clandestinidad

Continúa el escritor: “Cuando empezamos a andar aquella tarde que se inundaron nuestras feromonas, ella abandonó su proyecto de casarse con el señor del Hola y entonces yo era un hippie que no usaba más que huaraches, pelo largo y barba y entonces, claro, su familia no vio bien aquello y quedé prohibido de entrar a su casa. Éramos una pareja clandestina. Ya no era mi novia, ya era mi amante, lo cual le dio sabor a la vida. Y cuando acabó la carrera, se fue de su casa, tenía dinero ahorrado, trabajaba muchísimo”.

Magui era asistente de dirección y producción en un estudio de cine, trabajaba en la Cineteca “y ganaba la fabulosa cantidad de diez mil pesos mensuales”, que era muchísimo, dice, pero tenía que pagar la universidad, donde gozaba de media beca. Como Alberto tenía la beca completa, a veces le cubría las espaldas, hacia dos trabajos en lugar de uno y el mejor lo entregaba a nombre de ella. Luego el profesor decía que “como siempre, las mujeres son las que mejor trabajan”.

Alberto asegura que Magui es siempre la que toma las decisiones. Y en cuanto se salió de su casa y él le pidió que vivieran juntos o se casaran, ella optó por tomar sus ahorros e irse sola a Europa. “Cuando regrese, a ver qué pasa con nosotros”, le dijo a su novio y se fue. Él quería irse tras ella, pero trabajaba en la Cineteca con un sueldo raquítico de investigador. Hasta que se recibió, pidió una beca y la pudo alcanzar años después.

[…]

París

La pareja coincide en que los primeros años juntos en París vivieron crisis muy duras y estuvieron varias veces al borde de la separación. Cuentan que ninguno de los dos tenía dinero, por lo que no había dependencia uno del otro. Pero era París, ahí se formaron profesionalmente y resultó una experiencia única. París, donde tienes acceso a otras culturas, donde más se traduce literatura, donde se ve más cine de otros países… les tocó además una época privilegiada de la universidad francesa.

“Escribíamos y estudiábamos mucho, trabajábamos lo menos posible porque finalmente necesitábamos poco, así que hicimos de todo, cuidábamos niños, pegábamos posters en las calles, vendíamos pollos en el mercado sobre ruedas…”

Magui decidió ser historiadora y acabó haciendo el doctorado “en la nueva historia de la corriente francesa de los años treinta y que después fue teniendo diferentes escuelas, historia de las mentalidades, historia del imaginario, lo que ahora se llama historia cultural…” lo que, a decir de Alberto, es en gran parte el punto de vista de Artes de México, un matiz para ver la cultura mexicana de otra manera.

Alberto se clavó en la literatura. Narra: “Escribíamos y estudiábamos mucho, trabajábamos lo menos posible porque finalmente necesitábamos poco, así que hicimos de todo, cuidábamos niños, pegábamos posters en las calles, vendíamos pollos en el mercado sobre ruedas… de pronto salía una chamba mejor como hacer entrevistas para un suplemento especial, en mi caso, y en el de Magui, como asistente de asistente de Nagisa Ōshima que era director de cine (El Imperio de los sentidos, 1976)”.

Magui cuenta que vivían en un departamento muy pequeñito, primero en Ciudad Universitaria y luego en el centro de París, cerca del Centro Pompidou. Él tuvo la beca primero y luego la consiguió ella. Eran becas para solteros “y no la tuvimos todos los años”, pero eso no está tan mal, dice Alberto, “porque cuando no tienes dinero, pues el mundo es tuyo, tu abres las manos y el mundo es tuyo”.

Hay que imaginar a esta pareja en París. En medio de una oferta cultural infinita, viviendo como “turistas académicos”. En la ciudad donde se comparte el conocimiento, todo les podía suceder:  estar en una conferencia de Susan Sontag por la mañana y una de Simone de Beauvoir por la tarde y verla después en la primera fila de una manifestación. Un día enterarse de que un maestro desconocido, exiliado, da unas clases maravillosas sobre Kafka, acudir al aula y saber que se llama Milan Kundera. O un día acudir a la casa de su vecina en el piso de arriba, una francesa encantadora, y conocer a un amigo suyo griego, también exiliado, historiador de arte y marxólogo. Después de tomar un café con él, impresionarse y asistir a sus clases, intercambiar artículos con él y enterarse, tiempo después, que era uno de los mejores amigos de Octavio Paz, Kostas Papaioannou, a quien está dedicado El ogro filantrópico.

Allá se casaron. Y cuando los padres de Magui se enteraron, viajaron a París a la boda y se dio la reconciliación. Por razones burocráticas, la pareja está casada en Francia, pero no en México debido a que había que hacer algunos trámites de nacionalidad para legalizar todo aquí, que nunca terminaron “porque nos dio flojera”. En realidad, la boda fue para darle gusto a los padres de Alberto, que siempre estuvieron del lado de la pareja y los apoyaron.

Fotografía: Christa Cowrie

El regreso, de la hostilidad a Artes de México

Luego de ocho años la pareja regresa a México.

Desde París, Alberto ya escribía y leía todo el tiempo e inició su tesis de doctorado, pero no publicaba mucho. En 1982, en México ya lo hace con más frecuencia. Pero la búsqueda de una voz propia se da en Francia. En el caso de Magui, allá, dice, aprendió a investigar y hacer un trabajo documental. Abunda: “Como historiadora buscas más que una voz propia, una mirada. Si en el caso de un autor literario a mí lo que me llama la atención es la factura, el lenguaje, la sonoridad y el alcance poético; en la Historia hay algunos que tienen todo eso, pero es muy excepcional”.

Cuando vuelven a México, Magui hace investigación documental en la UNAM, pero gana poco, entonces también se dedica a los bienes raíces. Y en eso, se embarazan de su primera hija.

Por su parte, Alberto trabaja en editorial Promexa, luego se integra a la revista Vuelta de Octavio Paz, y cuando sale de la revista…

 “Andaba de freelance, había mucho que hacer, escribí guiones para televisión, colaboré en el suplemento Sábado…era una época de una inflación rampante y resultaba muy fácil tener muchos trabajos, pero muy difícil cobrarlos, entonces de pronto me ofrecieron dirigir Time Life en México. Y ese mismo día…”

Ese mismo día, en 1987, cuenta Magui, le llama por teléfono Enrique Strauss, que años después sería director del Canal 22, y le plantea que hay un proyecto para revivir Artes de México y que si a Alberto le gustaría ser director de la revista. Ella recordó sus años en el Colegio Americano, cuando la enviaban castigada a la dirección y le encantaba mirar esa revista mientras esperaba el regaño. Entonces ni lo pensó mucho y contestó por su pareja, que no estaba en ese momento: “Sí cómo no, ¡sí le interesa!”. Y es que, dice, “Alberto no nada más escribía, es un editor nato. Entonces cuando llegó a la casa le conté que ya había dicho que sí en su nombre y que tenía que estar en tal sitio al día siguiente a las diez de la mañana”.

Alberto continúa: “Para el otro trabajo, en Time Life, que económicamente era muy atractivo, ya hasta me habían entrevistado en Washington. Pero a mí me fascinaba la vieja Artes de México. Había salido muy golpeado de Vuelta y no quería nada más cambiar de bando e irme a Nexos. Entonces, la idea era no convertir a la nueva Artes de México en otro grupo de poder, no me interesaba tener poder intelectual, sino crear una revista como un lugar de confluencia donde reunir autores que piensan diferente, esa fue una de mis metas. Por ejemplo, Octavio Paz y Carlos Fuentes estaban peleados a muerte y los invité a al consejo de asesores y a que publicaran los dos, porque les aseguré que sería buena la revista. Y lo logramos”.

Era 1987, ya había nacido su segundo hijo. Y el primer número de la revista salió en septiembre de 1988. Narra Alberto que lo primero que hizo fue plantear un proyecto autosuficiente y, al mismo tiempo, de la máxima calidad internacional, que sirviera para ver a México de otra manera.

Y es que su regreso de París fue muy duro, dicen. Vivían con el mismo ingreso, pero sin la calidad de vida de allá. Ella había tenido problemas para continuar como profesora de posgrado en Historia en la UNAM, debido a intrigas burocráticas, y la salida de Vuelta había sido muy dolorosa para Alberto.

“Y no nos reconciliábamos con el país. Pero me acordaba de esos momentos cuando yo abría la revista en la dirección del Colegio Americano. Creo que fue cuando me volví nacionalista. Había discriminación hacia los mexicanos y al descubrir Artes les decía en la escuela ‘miren qué padre todo lo que hay en México, ni saben, somos unos fregones’… Entonces, con el nuevo proyecto pensé que eso lo teníamos que hacer, reconciliarnos con nuestro país y contarlo, lo que sucedió casi inmediatamente y empezamos a salir de la ciudad a conocer provincia y descubrir muchas cosas”.

“Pensamos en un proyecto que no solo fuera autosuficiente, sino que le diera sentido a nuestras vidas.”

Alberto: “Pensamos en un proyecto que no solo fuera autosuficiente, sino que le diera sentido a nuestras vidas. Yo me había topado con muchas trabas en el mundo editorial. En Promexa me enfrenté con un jefe que me dijo ‘o eres escritor o eres editor, imposible las dos cosas’. Renuncié al día siguiente, claro, después de consultarlo con Magui porque iba a nacer nuestra hija Andrea”.

Para contratarse, Alberto solicita ser socio, minoritario, pero socio, completa libertad de contenido y apoyo para hacer una revista autosuficiente y sin mecenazgos. Desde siempre obedecieron una lógica que les enseñó Fernando Benítez: “Toda la carne al asador, o sea, que cada número sea mejor”.

Cinco años después del primer número viene una crisis y tienen que integrar un nuevo grupo de socios para comprarle la empresa a los primeros. Entonces Margarita, que había estado sobre todo en la parte comercial, ocupa el papel que le corresponde como coeditora.

No. 1 de la revista Artes de México. Centro histórico de la Ciudad de México, 1988. 

Tensión creativa

¿Cómo viven la codirección de la revista en el plano de la pareja, qué clima se genera al trabajar juntos, cómo separan eso de la vida personal?

Alberto responde emocionado: “Artes de México es nuestra vida. Si el proyecto le da sentido a tu vida nunca lo separas, siempre estás trabajando. Estás trabajando cuando vas al cine y miras algo que tiene que ver con un tema para la revista, o cuando acudes a un concierto y se convierte en un proyecto de investigación…”

Magui dice sin tapujos que pleitos, los tienen. Pero “nunca nos hemos peleado por asuntos de la revista, es extraño. El trabajo creativo de elegir el tema cada número, de ver los artículos, armarlo todo… está muy bien. Los problemas, siempre vienen de fuera y todos los días hay que apagar pequeños incendios: que se fue tal anunciante, que se cayó tal proyecto, que nos robaron esto o aquello, es la batalla de todos los días”.

Hay dinámicas internas que explican la calidad de Artes de México. Alberto menciona, por ejemplo, que “aquí los diseñadores tienen que leer todo el contenido, y si es acerca de un lugar lejano tienen que conocerlo, claro, el problema es conseguir el dinero para que vayan, pero no pueden diseñar sin leer y conocer el sitio. Otra dinámica es que el que manda soy yo, como editor, entonces mi opinión va a prevalecer, pero si sólo hacen lo que yo les diga se muere la creatividad, entonces las páginas tienen que ser producto de una intención entre lo que yo quiero y lo que ellos proponen. Hay una tensión creativa”.

Han integrado un equipo cómplice con Teresa Vergara y Alfonso Alfaro de manera que, comentan, Alberto puede ahora alejarse un poco de la operación cotidiana de la revista para escribir y viajar.

[…]

Margarita y Alberto hablan de su hija Andrea y su hijo Santiago con una emoción especial. Nacieron, dice el poeta, en momentos de extremas dificultades externas, no sólo económicas, sino de hostilidad en general. “Estábamos muy estresados y llegabas a casa y esa sensación de que alrededor del bebé se crea un círculo de paz, algo como un vacío de conflicto, eso une, y luego la rebeldía de la adolescencia, une también, aunque tengamos opiniones diferentes porque nos formamos en familias opuestas”.  La de Magui: “autoritaria, no se hablaba y se hacía lo que el señor decía”.  La de Alberto: “muy afectiva, de mucha comunicación corporal y muy solidaria”.

[…]

¿Eres tan exigente con los textos de Alberto como con los que revisas para la revista?, le pregunto.

Magui dice que no, para nada. Pero aclara: “Soy exigente a nivel contenidos, si el narrador se pierde en la novela se lo digo. Si noto que baja el registro poético o narrativo a cambio de uno más cotidiano, le reclamo. A mí me gusta más su escritura poética, de imaginación, desde que éramos jóvenes. Pero casi nunca me hace caso, aunque yo proteste, eso sí, jamás me meto con la estructura de un texto suyo”.

Fotografía: Christa Cowrie

La dimensión estética de la vida

Si Ruy Sánchez trabaja con aquello que escucha y su archivo son las voces con historias que se introducen en su universo creativo, el escritorio de Magui está lleno de documentos, diccionarios, libros de historia, testimonios, notas de sus viajes por los pueblos hablando con artesanos mientras los ve trabajar y de aquellas que toma cuando funge como jurado. También la acompañan las enseñanzas y la guía de Ruth Lechuga cuya ética en la forma de abordar a los creadores y comunidades fue determinante. El rigor también.

“El estudio de las artes populares en la revista nos ha dado un conocimiento del país que no teníamos. Y por más que nos atrajeran mucho todas las formas estéticas de mil tipos que hay en México, ya meterte al mundo creativo de los artesanos nos dio un panorama de la vida muy distinto”, dice Margarita y comenta que todo lo que escribe se lo lee a Alberto.

Artes de México es central en la vida de esta pareja. La revista, pero también los bellísimos libros que editan y publican. Y es que hay un compromiso de fondo con la dimensión estética de la vida.

Alberto lo explica: “Para nosotros tiene sentido sumar, al placer de admirar a México, el placer de comprenderlo. Hay una labor hacia la comprensión de nuestro país que es infinita y, en ese sentido, cada piedra que pones estás contribuyendo. Ahí están los resultados, la creación de nuevos conceptos alrededor de los más diversos temas. Y la incidencia del contenido de la revista en los artistas contemporáneos es una realidad. Betsabeé Romero me ha dicho: ‘Yo solo estoy esperando el siguiente número porque sé que haré algo que tenga que ver con lo que publiquen’. Muchos instalacionistas hacen obra inspirada en la revista. Aunque los más despistados piensen que estamos muy alejados del arte contemporáneo, la realidad es que estamos alimentándonos”.

Para Alberto y Magui resulta una política fundamental: “defender la dimensión estética de la vida”, la diversidad, la excepción cultural. Sobre todo, ante la actual “teología de la economía que parece imponerse como única manera de explicar el mundo”.

Y en todo esto “somos cómplices también”.

La plática en torno a la política económica, la violación a los derechos humanos, el vértigo en el que produce la industria editorial y el derecho de los libros al largo aliento es larga y profunda. Viven con los pies en la tierra y la mirada en el mundo. Sobre todo, desde que los libros de Ruy Sánchez se traducen a decenas de idiomas o lo solicitan para dar cursos y seminarios. Hay años en que suma cuarenta y cinco viajes en doce meses. Francia, Canadá, Estados Unidos, Vietnam, Serbia, Marruecos, Bosnia… “Yo ya no voy con él ni a Europa ni a Estados Unidos, aunque me divierta no puedo por la revista. Eso sí, como le dije un día ‘a todos los países exóticos sí voy contigo’.”

Si los países exóticos palpitan en el flujo sanguíneo de Alberto Ruz Sánchez, ahí viaja también Margarita de Orellana. Si las manos de una editora prodigiosa viajan por las páginas de lo mejor de nuestras artes, ahí también circula el escritor con su dimensión poética de la vida. EP

Fotografía: Christa Cowrie
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